viernes, 25 de marzo de 2022

Un día amanecerá como siempre

Un día

amanecerá como siempre,

pero sin mí.

Habrá un sol radiante

y no saldré a vivirlo.

No seré ya

ni la idea ni la sombra

de ese que ellas tanto amaron.

Un día

el mundo seguirá igual,

pero no estaré,

no seré, no pensaré,

no sentiré el frío de un olvido

ni el calor de un abrazo.

Un día,que ojalá no esté yo allí,

la vida

se irá de mí sin mí

y no lo sabré.

Un día

como hoy

amanecerá como siempre

y ya no me interesará nada:

ni la hora, ni si hace frío o calor

o por qué subió el precio de la gasolina.

Ni mis pensamientos

se enredarán en el sueño de los otros.

Un día

habré muerto

y el mundo seguirá siendo mundo

y todos seguirán viviendo

como siempre

y nadie sabrá que te quise como te quise:

que solo a ti te quise.




jueves, 24 de marzo de 2022

Lorenzo Jaramillo, el pintor.





 

Se cruza una vez más Lorenzo Jaramillo por mi vida. Como un fantasma del colegio que sigue rondando esa otra memoria en que habitan las sombras y olvidos de las otras vidas que fui. Más de un compañero del colegio ha muerto. En mi imaginación aún somos los niños de las fotos del colegio: grandes, chiquitos, gordos, flacos, feos, bonitos, vivos, bobos, inteligentes, normales, tímidos, pendejos, matones, sucios, limpios, bien vestidos o desarreglados. Cada uno un universo para sí. Una posibilidad de ser. Allí seguimos todos los que fuimos al Colegio Andino. Los que nacimos en la mitad de los años cincuenta sentados mirando a la cámara. Detenidos en el instante.

¿Qué fuimos? ¿Qué logramos? ¿Qué queríamos? ¿Qué se hizo realidad de lo que hubiéramos podido ser?

Poco, muy poco. Por lo que veo en la red. Somos personas sin importancia, sin trascendencia, unos pocos entre miles de millones. Vivimos, que ya es mucho, pero nada más. Algunos murieron de infartos, en accidentes, antes de que fuera su momento. La mayoría hombres. Unos fallecieron entre los suyos, otros perdieron la vida lejos de los demás o en el extranjero. Ya no estamos todos y los que quedamos no hemos hecho algo sobresaliente, único, maravilloso, que trascienda. Es cierto que no nacemos para trascender. Con vivir hemos hecho lo que somos. Pero es desconcertante que de todos los del Colegio Andino, tan orgullosos de pertenecer a la élite, a los pocos, ninguno de los que yo conozco, sea mayor, de la misma edad o menor, ha hecho algo por lo que deba ser recordado. Somos una generación más. Burgueses todos. Unos ricos, otros millonarios, la mayoría clase media alta o media. Todos fueron a las mejores universidades. Algunos lograron cargos importantes. Pero no fueron nada especial. Normales. Uno más.

El colegio fue mi primer mundo. Donde por primera vez estuve sin la protección, el amor y la guía de mamá y papá. En ese microcosmos, que fue todo mi universo por trece años, aprendí a valerme por mí mismo. A defenderme, a evitar a los matones, a hacerme invisible, a ser uno más entre otros. Hice amigos, pertenecí a un grupo. El colegio me dio la oportunidad de saber que allá afuera, más allá de mi casa, el mundo no es fácil, si uno se descuida se lo devoran. Los niños son implacables. Notan una debilidad y la resaltan sin misericordia, condenan al desafortunado a ser lo que no es para siempre. La burla, el matoneo y el pordebajear a otros era de lo más normal en el colegio. Comenzando por algunos maestros que se desquitaban de sus frustraciones con los alumnos. Se burlaban de los errores, del miedo, de la timidez, de la vulnerabilidad de cada uno de esos niños que les fueron encargados para hacerlos mejores. Los matones eran lo peor. Siempre al acecho del débil, del descuidado para pegarle, para humillarlo, para corretearlo por el patio del colegio, para amenazarlo, para robarle las onces, para divertirse a costa del miedo de los otros. Maldito Colegio Andino, por sus puertas entré por primera vez al infierno que son los otros.

Lorenzo Jaramillo, si mi memoria no me falla, era de uno de los tres kinderes paralelos que había cuando yo era chiquito. Era distinto a los demás. Callado, silencioso, diferente, caminaba de una manera que ninguno de esos feroces niños que éramos lo hacía. Era la víctima ideal para que se burlaran de él. En mi memoria, lo veo caminar por la cancha de básquet que daba a la puerta de la calle 82. Caminaba muy derecho, por la mitad de la cancha, solo, con una maleta de cuero en la mano derecha mientras algunos le decían cualquier cosa. Siempre una burla. Burlas que para él, ahora que lo pienso, tuvieron que ser dolorosas y humillantes. De niño no pensé en ello, pero sí intuía que estaba mal. Pero de niño sobre todo prevalece el instinto de superviviencia. Al verlo agradecía no ser la víctima del matón y su grupo de lacayos, o de cualquiera que tuviera ganas de desquitarse de su miserable vida. El colegio es un aprendizaje forzoso de cómo sobrevivir entre enemigos. Nada marca más que las burlas de los compañeros del colegio. Más si son en grupo y uno está solo e indefenso. Diga lo que diga está perdido.

Lorenzo Jaramillo nunca dijo nada. Ni se defendía, ni se inmutaba. Seguía caminando hasta la salida y luego bajaba hasta la quince y caminaba hasta su casa que era en la 86 con 20, si mal no recuerdo. Una casa donde eran cultos, inteligentes y llenos de inquietudes. Debía ser el paraíso para él.

Al salir del colegio, cada uno cogió su camino. Se fue en busca del destino. Entré a la Universidad de los Andes a estudiar arquitectura. Hice tres semestres y luego hice dos semestres de derecho y me salí. Mi vida no estaba allí. Y así cada uno estudió una carrera. Lorenzo Jaramillo entró a la Universidad Nacional a Bellas Artes. No terminó y se fue de Colombia. Me imagino que para al fin poder ser, para vivir.

No supe más de él, ni de mis compañeros de colegio, ni de nada que tuviera que ver con el Colegio Andino. Por muchos años, décadas en realidad, me negué a tener nada que ver con ese sitio y ese mundo que no me gustaba, donde aprendí a no ser yo, sino una máscara con la que parecer otro.

Hasta que en 1992 apareció una película/documental de Luis Ospina, Nuestra Película, que son charlas con un Lorenzo Jaramillo de treinta y seis años consciente de que está muriendo de sida. Una película conmovedora, humana y real. Fue entonces que conocí la obra pictórica de Lorenzo Jaramillo. Uno de los pintores más importantes de su generación. Su trabajo expresionista, su manejo del contraste y del color me impactó. Le abrió caminos nuevos a mi forma de ver la pintura y el arte.

Más de mil obras dejó Lorenzo Jaramillo para la posteridad.

Hoy el Colegio Andino, ese que fue de él, de muchos y mío, el de la 82 con 11, no existe. Es un centro comercial. Ni la Bogotá de esos que fuimos cuando estuvimos en el colegio existe. Nada de lo que fue es hoy. Salvo la obra de Lorenzo Jaramillo. El único alumno del colegio Andino que trascendió.


sábado, 24 de octubre de 2020

Enamorarse

Enamorarse es salir de la oscuridad, del silencio, de la lejanía. Es como pararse en un balcón y asomarse a la noche para al fin contemplar las estrellas, su movimiento infinito, su luz que hace soñar. Es respirar de nuevo, dejar que la brisa bese nuestro cuerpo, nuestra cara. Es extender las manos al cielo para rozar el infinito. Es correr, correr de nuevo, libre como un niño. Es caminar bajo la lluvia empapado de dicha. Es despertar y saber que el día es maravilloso, porque existe ella. Enamorarse es vivir la eternidad, como si el tiempo se detuviera a mirarnos, como si el universo girara a nuestro alrededor.

Enamorarse es dejar de contar los días y sus tristezas. Es olvidar todo, salvo a ella.

Enamorarse es decir su nombre y sentir que la felicidad eriza nuestra piel. Enamorarse es voltear a mirar al resto de la humanidad y sólo ver su rostro, oír su risa que nos sigue a todas partes y dejar que su mirada sea el único cielo en el que queremos estar, con el que soñamos todo el tiempo.

Enamorarse es volver a vivir. Enamorarse es saber que no somos un sueño, sino que ahora somos el territorio de los sueños.


miércoles, 12 de abril de 2017

Poesía enamorada

Las palabras que escribo

llevan en sus versos

las huellas de su amor,

las metáforas vibran

con cada aleteo de su mirada

y cada verso

es el recuerdo de su piel.

Y entre más trato de negarla

mis palabras más la quieren.

Mi poesía

sueña con ella, es ella.

En cada palabra que escribo

la poesía y yo

seguimos enamorándonos de ella.

domingo, 28 de agosto de 2016

Lejos de mí


Lejos de mí
y aún así me miras
a cierta hora de la tarde
desde el otro lado del universo.
Sabes
que aún camino
en tus sueños, y sonríes.
Lejos de mí
y aún nos pensamos cada día.
Nos dibujamos
de memoria con trozos
de recuerdos, 
pues el amor es difícil de matar. 
Lejos de mí
y aún así oyes
cuando digo tu nombre
como un conjuro
contra la ausencia. 

martes, 24 de marzo de 2015

Solo

Estaba solo,
solo como sólo se está
cuando la vida nos quiere dejar.
Estaba solo
como una llama mínima
en medio del invierno;
como esa última estrella
que acompaña al náufrago.
Estaba solo,
pero al dormir sentía
la respiración de sus sueños
a mi lado.

jueves, 5 de marzo de 2015

Silencio de invierno


Habito
tu silencio en el invierno,
tus recuerdos en el verano,
tu ausencia en el otoño 
de mi existencia;
y parezco vivo,
porque 
voy detrás de todo
lo que me hable de ti.
Pero sólo es la soledad
que habita cada vez más 
mi existencia
lo poco que queda de mí.